Ayer, 18 de agosto de 2010, nos despedimos de Susi y Adrián.
María Susana Leiva y Adrián Claudio Bogliano fueron secuestrados el 12 de agosto de 1977 en su casa de Villa Elisa, estuvieron detenidos en el centro clandestino de detención “La Cacha” (cárcel de Olmos) y el 22 de setiembre fueron fusilados en el Parque Pereyra y enterrados como NN en el cementerio de La Plata. El equipo de antropología forense (EAAF) los identificó y, en la mañana de ayer, la Cámara Federal de La Plata entregó sus restos a sus hijas Laura y Verónica Bogliano.
Numerosos familiares, amigos y compañeros esperamos pacientemente el acto judicial, y luego tuve la fortuna de ingresar a la sala, cuya capacidad resultó insuficiente ante la cantidad de personas presentes. El acto consistió en la lectura de documentos, mientras los asistentes nos veíamos sumergidos en una densa emoción, que culminó con las conmovedoras palabras del juez Schiffrin “para una digna sepultura”.
Luego, afuera del edificio se realizó un acto donde hablaron familiares de tres generaciones, amigos y compañeros de Susi y Adrián. Habiendo compartido muchos momentos con ellos entre los años 1973 y 1975, cada testimonio aportó una visión diferente y a veces desconocida para mí, y así pude conectar mis recuerdos con otras personas a quienes no conocí en su oportunidad. Sin dudas, la memoria la construimos entre todos.
No es fácil testimoniar la calidez y afecto que percibo de este gran grupo humano, que siento armoniza perfectamente con lo que Susi y Adrián fueron en vida. Laura y Verónica me los recuerdan por su forma de ser: habilidad para manejarse en las interacciones sociales, convicciones firmes y perseverancia, y también porque se les parecen físicamente. Cada vez que hablo de ellas, me siento orgulloso como si yo fuera su tio o algo así.
Cuando volvíamos del cementerio, le dije a Silvana: “sólo me faltó hablar con ellos”. Volví a recordar las voces de Susi y Adrián y un montón de sus gestos personales, irrepetibles, cargados de calidad humana, es decir amor, en el sentido amplio de mutua aceptación y disposición a compartir espacio y tiempo con quienes nos amamos. Quienes hemos quedado como testigos de su vida sabemos que eran de esas personas a las que les importa lo que les pasa a los demás, y que actúan cuando alguien los necesita.
Me siento orgulloso de haber compartido algo de mi vida con ellos.